Cómo entrenar una mentalidad de crecimiento en nuestros equipos de trabajo

Como vimos en el primer encuentro que tuvimos, todos tenemos dos voces en nuestro interior que están continuamente en pugna: la mentalidad fija, que esencialmente juzga, evita riesgos y nos impide progresar; y la mentalidad de crecimiento, que entiende que el éxito depende del esfuerzo, que siempre podemos aprender y que el objetivo es tener la actitud de volver a intentar tantas veces como sea necesario. Podríamos definir a la mentalidad de crecimiento como “la voz de la resiliencia y el amor por aprender”, y a la mentalidad fija como “la voz del miedo y de la parálisis para no avanzar”.

En base a estas definiciones, parecería obvio decidir cuál de las dos voces es la ideal, la que nos ayuda, nos beneficia y deberíamos elegir permanentemente. Sin embargo, lamento deciros que el comportamiento humano es mucho más complejo y no funciona de forma binaria: útil o inútil, bueno o malo… Muy por el contrario, somos un volcán de emociones en permanente erupción. Ante cada situación nueva, cada fracaso o cada error cometido, nuestra mente va a reaccionar de diferente manera, según el contexto, nuestro estado emocional en ese momento o las personas implicadas (aquellas que se vean afectadas por nuestras decisiones o creamos que nos van a juzgar por lo que digamos o hagamos).

Nuestro día a día se encuentra lleno de desafíos y no siempre nos sentimos preparados para superarlos. Es en los momentos de mayores dificultades cuando nuestra voz-mentalidad fija adquiere mayor fuerza y poder sobre nosotros. Parece como si quisiera protegernos, pero en realidad no es así: se trata del miedo que la alimenta para obligarnos a no exponernos a riesgos. Pero, si hay algo que caracteriza el avance de la civilización, es el hecho de asumir riesgos… sin ellos, aún estaríamos viviendo en la época de las cavernas ¡o incluso más atrás!

¿Qué sucede cuando hablamos de entornos de trabajo? Los diálogos entre estas dos voces se suceden de la misma manera. Por ello, hoy me gustaría compartir con vosotros la forma de identificar esas actitudes alimentadas por la mentalidad fija y cómo podemos ayudar a nuestra gente y a nosotros mismos para movernos hacia una mentalidad de crecimiento.

Nuestro liderazgo se debe caracterizar por entender el poder de las palabras, cómo influimos al comunicarnos y cuál es el mensaje que exactamente estamos enviando a nuestra gente. Tener clara la diferencia entre nuestras buenas intenciones y el impacto de nuestras acciones y mensajes, que no siempre están alineados.

Veamos por tanto cuáles son los pasos concretos, en forma de reflexiones que debemos hacer para llevar a nuestro equipo de una mentalidad fija a una mentalidad de crecimiento:

  • JUZGAR SOLO EL HOY. ¿Cómo estamos juzgando a nuestra gente? ¿Calculamos solo si hacen las cosas bien o mal, valorando su rendimiento en base a puntuaciones? ¿O, por el contrario, focalizamos nuestra atención en cómo mejorar, en cómo aprender más de la experiencia? En otras palabras: ¿estamos orientados a los procesos, apoyando a nuestra gente para que se entrenen en una actitud de mejora continua? ¿O solo juzgamos los resultados y la acción de hoy, con una actitud de evaluar y clasificar? 
  • ETIQUETAR. ¿Qué consideramos más importante? ¿Definir o juzgar a nuestra gente en función de si son inteligentes o no, si tienen o no talento? ¿O, por el contrario, enfatizamos el reconocimiento al esfuerzo y la perseverancia? Pensemos si tenemos una visión limitada a lo que pueden hacer hoy o si, como líderes, debemos tener una visión de mayor alcance y estimular la actitud de lograr los mejores resultados a través del trabajo y la constancia. Sólo así se puede enviar un claro mensaje claro de que siempre se puede mejorar.
  • IMPONER O EMPODERAR. ¿Somos de la escuela del “ordeno y mando”? ¿Considero que mi propuesta de solución es la única aceptable? ¿O empoderamos a las personas para que se responsabilicen de sus actos y decisiones? Reflexionemos sobre nuestro estilo de dirección: ¿decimos permanentemente cómo se deben ejecutar las tareas o solicitamos propuestas y aceptamos sugerencias, reforzando el valor de las opiniones del equipo?
  • COMPETENCIA vs. COLABORACIÓN. ¿Soy de estimular la competencia en mi gente, me gusta que compitan para determinar quién es el mejor y establecer rankings? ¿O trabajo en codesarrollar áreas para apoyarse unos a otros y así poder crecer individualmente y como equipo? En definitiva: ¿mi actitud conduce a construir equipos o a destruirlos?
  • ACTITUD FRENTE AL ERROR. Queda fuera de discusión que debemos buscar el éxito y alcanzar los mejores resultados. Pero, ¿cómo estamos estimulando ese camino al éxito? ¿Como lidiamos con los errores? Cometer y aprender de los errores, ¿es parte del proceso? ¿O al primer error cometido juzgo a mi gente como incompetente y les castigo de alguna manera? Ten en cuenta que, si mantenemos esa actitud, la consecuencia directa e inmediata es que las personas empezarán a ocultar sus errores o a buscar culpables fuera como rutina de trabajo.

Estas cinco reflexiones son muy útiles para entrenar una mentalidad de crecimiento en ti mismo y en tu grupo de trabajo. Son 5 pasos que tendrán como consecuencia el desarrollo de equipos colaborativos, con una actitud de aprendizaje y de mejora continua. Solo de este modo se garantizan los mejores resultados. ¿Lo intentamos?

Ayúdanos en nuestra misión para democratizar el conocimiento médico. Si te ha parecido útil, compártelo en tus redes. ¡Gracias!