La llegada del otoño… ¿dónde está la luz?

Si hace tiempo que nos sigues, ya conoces la importancia que tienen los ritmos biológicos en la salud de cada uno de nosotros. Sabes, por tanto, que respetar las horas óptimas de funcionamiento de nuestro cuerpo trae consigo un aumento de bienestar físico, mental y emocional. Pues bien, hoy vengo a hablarte de otros ritmos innatos en el ser humano, pero que no están asociados a nuestra biología, sino que se encuentran entrelazados a nuestra parte más sutil: a la esencia más espiritual del ser humano.

¡Te pido que por favor no salgas corriendo al escuchar palabra “espiritual! Sigues estando en un canal de salud, escrito por un médico. Sólo te pido que, sin prejuicios, leas este artículo hasta el final y verás que, cuando hablamos de espiritualidad, estamos hablando de vida. Y si hablamos de vida, hablamos en definitiva de ti y de mi. 

Seguro que has notado que en este último mes, casi de repente, hemos pasado de días largos y soleados a días más cortos, en los que la noche llega antes. Así continuará hasta el solsticio de invierno, el 22 de diciembre, con la noche más larga del año. Pues bien, este momento del ciclo de la naturaleza, en el que la oscuridad gobierna sobre la luz, influye también en nuestros ciclos internos y en nuestro comportamiento. La entrada del otoño y el camino hacia el invierno nos puede llevar a un sentir profundo de recogimiento, de revisión de nuestras vidas, de búsqueda dentro de nosotros de esa luz interna que nos va a permitir ver con claridad nuestros pasos en tiempos de oscuridad. 

En Alemania, se celebra este ritmo el 11 de noviembre, día de San Martín, con la festividad del farol. Si alguna vez tienes ocasión de vivirla, se trata de una fiesta realmente hermosa. Todos construyen un pequeño farol, como símbolo de la materialización de esa luz interna, para poder recordar nuestra parte más existencial. Y en la noche cerrada, niños y padres pasean por las calles bajo la luz de su farol. 

Te contaré que San Martín fue un soldado, que en una noche fría de invierno se encontró con un mendigo, sin apenas ropa y muerto de hambre y de frío. Él le pidió ayuda y San Martín, sin dudarlo, sacó su espada, cortó su capa por la mitad y cubrió con su manto al pobre. Si hacemos una lectura de esta bella historia, dejando de lado los aspectos religiosos, nos inspira a observar, en estos tiempos donde lo que nos rodea es más hostil, frío y oscuro, cómo dentro de cada uno de nosotros sigue prendida una llama. Y esa llama da calor a nuestro corazón y fuerza a aquellos valores que nos hacen ser más humanos, como la solidaridad, la caridad, la compasión, el altruismo, el saber escuchar al otro sin juicios, el acompañar al que se siente solo, el dar un abrazo sin esperar nada a cambio… 

Te diré que, igual que cuidamos de nuestra alimentación para que nuestro cuerpo esté sano y funcione correctamente, debemos reconocer que nuestro ser interno, nuestra alma, nuestro espíritu o como tú prefieras llamarlo, también necesita alimento.

Vivir en consonancia con los ciclos de la naturaleza es una buena fuente para dárselo, iniciando un camino de búsqueda y de reencuentro con una parte de nosotros que será la que sustente la alegría de vivir, la práctica de la gratitud por cada cosa que recibimos, el sentirnos dignos de ser amados y de poder amar a los otros y, en definitiva, exportar una mejor versión de lo que podemos llegar a ser cada uno de nosotros como personas. 

Entramos en tiempos de oscuridad, pero puedes sentir el calor que hay dentro de ti. Conecta con esa parte más existencial en tiempos de frío, aprovecha este impulso que nos viene dado desde la naturaleza para adentrarte en ti y buscar esos tesoros que trajiste para entregar al mundo. 

Si te apetece, de manera simbólica, te animo a que busques un día a mediados de noviembre para hacer un pequeño ejercicio. Los días antes puedes construir, solo o con tu familia, un pequeño farol. Será un símbolo de materialización de esa luz y de ese calor interno que nos ilumina en este tiempo del año. Reconócela en ti. Luego te invito a que te tomes una tarde, recógete, medita sobre lo que estamos conversando, observa cómo existe un ciclo de luz y oscuridad en la naturaleza y cómo nosotros bailamos en sintonía con él, si estamos atentos. Aprovecha este tiempo de recogimiento y de interiorización antes de la Natividad para ver qué valores humanos guardas en ti, para revisar cuánto tiempo dedicas a cultivar lo que eres, y no lo que tienes, y prepara una pequeña lista de cosas te gustaría cambiar en tu vida para ser capaz de expresar en tu día a día esa parte más sutil y humana.

Como médico, por mis experiencias cercanas al nacimiento y a la muerte, sé que el ser humano es mucho más que el cuerpo físico que vemos. Por ello, si quieres conquistar un estado de salud superior, tendrás que adentrarte en los “reinos del cielo” y cultivar allí perlas que nos han sido entregadas para que las descubramos y seamos capaces de mostrarlas al mundo. La Navidad, también llamada Natividad, no es más que el día del renacimiento del niño-Dios que llevamos cada uno de nosotros dentro. Prepárate en este tiempo del otoño para tu propio renacer. ¡Feliz re-encuentro!

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