¿Alguna vez has ido a cruzar la calle y te has dado cuenta en el último instante de que el semáforo estaba en rojo? Seguramente habrás reaccionado volviendo de inmediato a la acera y evitando un percance. ¡Es sorprendente la agilidad que adquirimos cuando nos vemos en una situación de peligro! La respuesta del estrés nos ha sacado a todos de un apuro en alguna ocasión…
Sin embargo, ese mismo estrés, en otras circunstancias, puede causarnos malas pasadas. Hacer que te despiertes de madrugada con la cabeza a mil por hora, que caigas enfermo el fin de semana (y el lunes estés perfecto para trabajar) o que tengas brotes de psoriasis o de herpes en la piel.
¿Te gustaría saber por qué un mismo mecanismo nos puede hacer sobrevivir y a la vez enfermar? ¿Y si pudiéramos aprender a activar sólo la cara positiva del estrés? Esta dualidad viene dada por el uso inconsciente que hacemos del estrés. Conocerlo verdaderamente, aprender cómo funciona y qué hace que nos ayude o nos perjudique, serán los primeros pasos que debemos dar para elaborar nuestro propio plan anti-estrés. ¡Vamos a convertirlo de nuevo en un aliado para tu salud!
La doble cara del estrés tiene su origen principal en un conflicto entre lo que somos y cómo nos estamos usando hoy día. Los avances tecnológicos y los estilos de la vida moderna han cambiado a gran velocidad, pero nuestro cuerpo y sus genes tienen una velocidad de adaptación al entorno mucho más lenta y pausada.
Si observamos nuestros hábitos frente a los de nuestros abuelos, comprobamos que nuestra alimentación es muy diferente, que hemos alterado las horas del sueño y su calidad, que nos hemos vuelto totalmente sedentarios y, por supuesto, llevamos el piloto del estrés encendido día y noche. Pero, te invito a pensarlo un momento… ¿es necesario que vayamos siempre tan estresados? ¿Realmente existen tantos peligros de vida en nuestro día a día como para estar en estado de estrés de forma permanente?
Sabemos que el estrés está diseñado para poder sobrevivir a situaciones que amenazan nuestra vida. ¿Acaso voy a morir por estar atrapado en una caravana y llegar tarde a la oficina? ¿Por no saber si podré sacar todo este pico de trabajo o por separarme de mi pareja? Lo cierto es que no, pero estas situaciones y otras similares son el motivo de un estado de alerta permanente.
Hoy en día no es el hambre, la sed, la falta de oxígeno o un peligro real lo que amenaza nuestras vidas a diario. Es algo más sutil, que no está relacionado con la supervivencia biológica sino con la psicológica. El miedo. Miedo a fallar, a no ser reconocido, a estar solo, a no ser querido… Ante esto, ¿no le estaremos pidiendo peras al olmo? Nuestros genes tardarán mucho tiempo en adaptarse a los actuales estilos de vida, así que es hora de reinventarnos. Si no queremos perecer en el intento, tenemos que descubrir cómo ajustar la respuesta del estrés en esta era sin mamuts.