“Erase una vez un niño muy pequeño que era capaz de escuchar el corazón de los hombres, de saber qué historias guardaban las estrellas o de descubrir los secretos de la misma naturaleza. En la aldea no se recordaba a ningún miembro con tal sensibilidad. El resto de los niños se mofaban de él porque siempre parecía estar encandilado y maravillado con el entorno y los adultos poco le respetaban, al considerarlo débil y extraño. Cuando el niño cumplió 6 años, harto de lo mal que le trataban en su aldea, pidió un deseo al Sol: que le entregara una coraza para protegerse del dolor que los demás le ocasionaban. Y así fue. Con el paso del tiempo, el niño se acabó convirtiendo en un joven, pero las cosas ya no volvieron a ser iguales detrás de esa coraza de guerrero. Su inocencia perdida dio paso a la venganza y al odio, su sonrisa amable y su ternura se convirtieron en tiranía y la gente de la aldea ya no sabía si tenerle miedo o respeto. Terminó imponiéndose como líder de la aldea, pero su mandato fue recordado por el abuso de poder, la venganza y la frialdad. En su 70 cumpleaños, en su lecho de muerte, viendo en lo que se había convertido, pidió un segundo deseo al sol: que calentara de nuevo su frío corazón para así poder fundir la coraza que lo tenía preso en la culpa, en el dolor y en el rencor. El Sol, gustosamente, cumplió su deseo. Y el viejo anciano reconectó, por fin, con quien era de verdad, saliendo de su corazón el perdón a sí mismo y a toda la aldea.”
Fuente: Dra. Lourdes Tomás
Igual que en la aldea del cuento, vivimos en una sociedad donde no están “de moda” aptitudes como la inocencia, la sensibilidad, la delicadeza o la vulnerabilidad, y educamos a nuestros hijos -o a nosotros mismos- para ser guerreros dominadores de corazones fríos o sumisos de corazón encogido. Creyendo que los protegemos de un tipo de dolor, les generamos otro mayor: el rechazo y el olvido de sí mismos.
En el post de hoy, quiero defender la recuperación de una de las grandes virtudes que tenemos los seres humanos y que, a día de hoy, preferimos dejar en el olvido: la inocencia.
En algunas personas, predomina una necesidad imperiosa y constante de intensidad, de expansión y de dominio sobre todo; es lo que en las pasiones dominantes se denomina como lujuria. Como vamos a ver, no es otra cosa que el déficit de inocencia.
ENEATIPO 8: Sé consciente de esa coraza que te protege, pero que no te deja vivir en plenitud
¿Consideras que, por lo general, siempre estás enfadado? ¿Eres de los que se les pide “pásame la sal”, y responden gritando y malhumorados “¡¡¡¿Qué quieres?!!!”? ¿La gente de tu alrededor te tiene miedo o respeto? ¿Se rifan a ver quién va a ir a contarte el problema que ha surgido con un cliente o en el colegio? ¿Eres de los que tienen un alto sentido de la justicia y del “ojo por ojo y diente por diente”? ¿Buscas el poder en todas las facetas de tu vida: económica, familiar, sentimental, social o laboral? ¿Necesitas vivir al límite?
Las personas cuya pasión dominante es la lujuria son aquellas que tienen un miedo inconsciente a ser herido, controlado o dominado por otros, debido a que de niños vivieron que no estaba bien ser vulnerable o débil. Escondieron profundamente su inocencia creyendo que el mundo era un lugar injusto, donde debían luchar y ser fuertes.
Por este motivo, construyeron una coraza alrededor de su corazón, volviéndose personas frías y vengativas. Como parte de la tríada del instinto, son personas con una gran energía física, que a veces se torna en agresividad. Son grandes seductores, desprenden magnetismo, por lo que por lo general son líderes o jefes. Tienen un gran sentido de la justicia y de la lealtad, por lo que protegen a su clan, y en especial a los más débiles de los suyos. Si se descentran porque se sienten amenazados, se pueden tornar pura emoción descontrolada: se “calientan”, y ese dolor y rencor salen en forma de pelea o ataque al otro; o bien se vuelven solitarios, fríos y austeros emocionales, creyendo que “no necesitan a nada ni a nadie”, y escudándose detrás de su armadura oxidada, se vuelven infranqueables.
Culpan con facilidad a otros, pero también se sienten muy culpables por el sufrimiento que pueden llegar a generar. Por ello, para estas personas trabajar el auto-perdón y el perdón hacia los demás es, sin duda, una salida sanadora.
La práctica del auto-amor incondicional y del perdón como salida sanadora
Cuando estas personas salen de la postura de víctima y de rencor por lo que sucedió en su infancia, se liberan de la culpa y acogen la responsabilidad personal de sus actos, comienzan un proceso de metamorfosis muy liberadora donde se conquistan los siguientes hitos:
- “Me libero de la culpa, perdonándome por los errores que he cometido”
- “Perdono al otro de corazón, porque comprendo la herida y el sufrimiento desde el que quisiste hacerme daño”
- “Me perdono y me libero del rencor”
- Sin culpa y sin rencor, la persona puede pedir disculpas de corazón a los demás y a sí mismo.
La salida sana es caminar hacia el amor incondicional y la recuperación de la inocencia perdida, y cuando esto sucede, la lujuria va dejando paso a la inocencia y el individuo se caracteriza por ser justo, magnánimo, líder sano, tierno, intuitivo, sensato, constructivo y poderoso.
Primeros pasos para conquistar la inocencia
Para que no tengas que esperar hasta ser anciano para pedirle de nuevo al sol que caliente tu corazón, tal vez estas reflexiones pueden ayudarte a comenzar el camino:
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