De la envidia a la ecuanimidad, conquistando la cuarta virtud

“Había una vez un anciano campesino que tenía un caballo. Un día el caballo se escapó y toda la aldea le decía: “Qué mala suerte, amigo”. Y el hombre les respondía: “Buena o mala suerte, el tiempo lo dirá”. A los pocos días, el caballo regresó y traía consigo 4 caballos salvajes preciosos. Todo el mundo le decía al viejo: “Qué buena suerte, amigo”, a lo que el hombre respondía: “Buena o mala suerte, el tiempo lo dirá”. El hijo mayor, domando a uno de los caballos salvajes, se cayó y se fracturó una pierna y un brazo. La gente le decía: “Qué mala suerte, amigo”, a lo que el hombre les respondía: “Buena o mala suerte, el tiempo lo dirá”. La guerra estalló y el hijo mayor fue el único joven de todo el pueblo que no fue reclutado para ir, y todo el pueblo decía: “Qué buena suerte, amigo”, a lo que el anciano respondió: “Buena o mala suerte, el tiempo lo dirá.”

Fuente: autor desconocido.

La lectura de este cuento nos puede llevar a reflexionar acerca de nuestra mirada hacia el mundo. ¿Consideramos la realidad como algo neutro? ¿O añadimos, por lo general, “nuestro toque emocional”?

¿Serán esas gafas que nos colocamos las que nos hacen sufrir tantas veces? Te pongo un ejemplo mundano: un día vas conduciendo, has tenido una mala noche y una pelea con tu hijo antes de salir de casa, entras en una rotonda y otro coche no respeta la prioridad y casi te golpea. ¿Qué sucede? ¿Cómo reaccionas? Y ahora imagina ese mismo hecho otro día, en el que hayas dormido plácidamente y acabes de recibir un aumento de sueldo… ¿reaccionas igual? Entrenar nuestra capacidad de contemplar la realidad como algo neutro puede llegar a ser muy saludable y liberador.

¿Quieres profundizar y entrenar la virtud de la ecuanimidad, aprendiendo del viejo campesino del cuento? La falta o déficit de esta virtud es la envidia, esa pasión dominante que te lleva a compararte continuamente y a salir perdiendo siempre.

La envidia es la tercera pasión dominante, junto con el orgullo y la vanidad, que forman lo que se conoce como la triada emocional del eneagrama, es decir, personas cuyos egos precisan aumentar su autoestima buscando la aprobación de los demás. Cada uno lo hace a su manera: en el orgullo, el Ego lo consigue siendo el gran ayudador; en la vanidad, siendo el triunfador; y en la envidia, como vamos a ver ahora, siendo el especial. 

ENEATIPO 4: ¡Acéptalo! Eres una persona muy especial, igual que todos los demás en su individualidad.

¿Eres de las personas que te comparas y siempre sales perdiendo? ¿Consideras que eres altamente sensible y que nadie puede comprender tu diferencia? ¿Hablas mucho de ti mismo, aunque siempre empiezas diciendo “ya sabes que no me gusta hablar de mí”? ¿Eres adicto a los cursos de autoconocimiento? ¿Pasas de la alegría a la tristeza en poco tiempo? ¿Tiendes a tener una personalidad melancólica?

Ya sabes que todos tenemos algunos rasgos de todos los personajes que estamos viendo, pero las personas cuya pasión dominante es la envidia, son personas cuyo ego llama la atención permanentemente a través del drama o del sufrimiento. Si a ti te duele la cabeza, la persona envidiosa va a responder con un: “Pues a mí, más, y además es un dolor de cabeza que ningún especialista sabe tratar. Es un dolor tan diferente que ya no saben qué más hacer.”  

Son personas que, de pequeñas, aprendieron que no estaba bien ser feliz y que cuando “sufrían” obtenían más atención, cuidado y cariño del entorno. Tienen mucho miedo a no ser diferentes, especiales y a ser alguien común o vulgar. Por ello, llaman la atención para diferenciarse y reaccionan siendo trágico-dramáticos en lo que les sucede. Son soñadoresartistasmelancólicos y se sienten especiales, incomprendidos, con una actitud introvertida y tímida, por lo general. Las emociones les desbordan, cayendo a veces en una bipolaridad. Son grandes conocedores y gestores del mundo de las emociones, lo que les hace ser buenos terapeutas cuando conquistan la ecuanimidad. 

Se comparan constantemente, pero siempre salen perdiendo y piensan, casi siempre, que los demás tienen algo que a ellos les falta. Sólo ven una cara de la moneda de su mundo interior, y por lo general, no son sus fortalezas ni sus aptitudes.

Cuando el ego de una persona envidiosa se siente poco querido, tiende a preguntar a los demás: “¿me quieres?”, o empieza a querer cuidar de los demás por puro interés para captar la atención, acercándose a esa postura de víctima, de “venderse por un abrazo”. Trasladarse hacia el cuidado condicionado del otro, no es una buena estrategia para liberarse del sufrimiento de un ego vanidoso. No podemos dar al otro lo que no tenemos; por eso, cuando esto ocurre, las personas de su entorno pueden sentirlos como “vampiros de energía”.

La práctica de la ecuanimidad como salida sanadora

La salida sana para alguien que se ha perdido en sí mismo y distorsiona la realidad por su emotividad descontrolada, no es pedirle al otro que te lance un salvavidas, sino que, como adulto, te responsabilices y aprendas a nadar. 

La conquista de la ecuanimidad a través del auto-amor y del autocuidado medido, y no exagerado, y del uso de la racionalidad y del orden, para atemperar las emociones es una buena manera de empezar a liberarse del sufrimiento y de empoderarse. 

Cuando una persona envidiosa coge las riendas y le “pone cabeza” a su desbordante emoción, aparece un ser equilibrado, profundo, original, creativo, revelador, sensible, estable ¡también realista!

Primeros pasos para conquistar la ecuanimidad

Si te resuena este texto, tú decides a cuál de los dos, Ego o Ser, quieres alimentar. Si decides ir por la vida en piloto automático, ten claro que será tu Ego quien elegirá las respuestas ante las realidades neutras.

Si quieres conquistar la virtud de la ecuanimidad tal vez puedas ir empezando por los siguientes pasos:

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