“Me interné en los bosques porque quería vivir intensamente; quería sacarle el jugo a la vida. Desterrar todo lo que no fuese vida, para así, no descubrir en el instante de mi muerte que no había vivido.”
Si algo puede enseñarnos esta experiencia individual que vivimos como humanidad es la frugalidad de la vida y la importancia de vivir el presente.
Estos días la muerte está más presente que nunca, no porque en las noticias hablen de ello a diario, sino porque a todos nos ha tocado pasar por la experiencia de perder a un familiar, a un amigo o a un conocido. Y eso, nunca nos deja indiferentes. Nos recoloca en una posición interna de conexión con nosotros mismos y con los otros. Surgen sentimientos de compasión, de devoción, de gratitud, de amabilidad e incluso, la necesidad de honrar y bendecir a aquel ser humano que ha partido. Cuando conocemos la noticia de que esa persona ya no está entre nosotros, van emergiendo en nuestra cabeza imágenes continuas de recuerdos vividos con esa persona, mientras nuestra mente no es capaz de imaginar que nunca más podremos abrazarle, llamarle, jugar o discutir con él o con ella; y en esa imposibilidad de poder crear un futuro, nos vuelca al pasado continuamente. Pero existe una fuerza interna que emerge desde el presente, primero negando lo sucedido, luego se enfada o se entristece profundamente para con el tiempo conseguir llegar a aceptar que esa persona, tal y como la conocimos, ya no existe.
Nadie nos prepara para la muerte de un ser querido, y menos todavía, para la nuestra propia. Asociamos el hablar de la muerte con “atraerla” y huimos de mirarla, sin darnos cuenta que la vida no existe sin la muerte, ni la muerte sin la vida.
Podemos verlo en la naturaleza, nuestra gran maestra, en los ciclos de las estaciones. Fijaros en el momento presente: salimos hace un mes de la oscuridad del invierno, donde todo parecía estar “muerto”, quieto y en silencio en la tierra, para pasar a celebrar en estos días atrás, el renacimiento, la Pascua, la resurrección, o en el lenguaje de la naturaleza: la explosión de vida que trae la primavera.
Vemos ahí fuera cómo se expresa el fluir del hilo de la vida, y como dicen los sabios, “Lo que es dentro, es fuera y lo que es arriba, es abajo”, así que en nosotros también está ese fluir de la vida, quiera nuestra mente entenderlo o no, quiera nuestra emoción huir de ello o no.
La noche que me diagnosticaron que tenía una neumonía me fatigaba bastante y pasó por mi cabeza durante unos instantes un pensamiento cercano a la muerte: “¿Y si esta neumonía se complica o si no respondes al tratamiento? ¿Qué tienes tú de diferente para no terminar esta historia en una UCI?”. En milésimas de segundo pasé de tener una vida, tal y como la conocemos, al abismo de pensar ¿qué sucede después?.
Por supuesto, no estaba preparada para mirar a la muerte a los ojos, así que los cerré y procuré centrarme en mi respiración. Mi objetivo esa noche, era seguir respirando; en esos instantes tan íntimos, donde tan sólo sentía el entrar y el salir del aire, me vino una frase que me mostró una imagen de algo que había oído hasta la saciedad en mis antiguas clases de yoga pero que no la comprendí hasta ese momento. Esa experiencia me dio mucha paz.
Mientras tan sólo respiraba, sentí el “Yo soy”, simplemente “Yo soy”, nada más, eso es lo verdadero de la existencia. Tomé consciencia que luego desde ese Ser somos capaces de expresarlo de formas muy diferentes, en mi caso, como madre, pareja, hija, médico, compañera, amiga, etc, pero yo simplemente soy. De manera automática, al tomar consciencia de esto, surgió en mí la imagen de la continuidad en el hilo de la vida: “si yo soy, no me puedo morir”, la muerte no es un fin, es una transformación, una metamorfosis más en el fluir la vida. Si todo lo que es dentro es fuera, si en la naturaleza existe esa continuidad ¿por qué no va a existir en nuestra propia existencia?.
Mi mente no puede comprender por qué ha muerto María, José Luis, Pedro o muchísima gente más pero desde la consciencia podemos ser capaces de aceptar que la vida es un continuo, aligerando el sufrimiento y la pena por el apego al ser querido.
Es sano y necesario elaborar y vivir el duelo, y yo hoy, en mi particular duelo quiero honrar y bendecir la vida de todos aquellos que nos están mostrando que la muerte forma parte de la vida, quiero agradecerles que me hayan enseñado que no debo olvidar vivirla y estar presente en cada instante y quiero pedir por todos ellos para que descansen en paz y para que todos nosotros, que vivamos en paz.
Estas últimas semanas la vida nos ha llamado a pasar de la teoría a la práctica en cuestión de segundos, de estar aprendiéndonos una partitura a tener que dar un concierto en abierto sin ensayos previos. Yo no quiero descubrir en el momento de mi muerte que no he vivido, ¿y tú?.
Mucha luz y amor en vuestro camino.